En estos años en que la ideología de la globalización capitalista proclama que el comunismo murió, en México crece en la batalla un pequeño-gran partido –el Partido de los Comunistas cuyos militantes, por la combatividad, modestia, espíritu fraterno y confianza inquebrantable en el futuro, me traen a la memoria a los Bolcheviques de la generación de Octubre de 1917 y de la que salvo a la humanidad del fascismo al vencer y destruir el poder militar del Reich Nazi.

Al revisitar México en Marzo, el reencuentro con estos camaradas fortaleció en mi la convicción de que es con gente como ellos que será asegurada la continuidad de la historia milenaria de su pueblo.



x Miguel Urbano Rodrigues

En México la derecha sin máscara esta encastillada en el gobierno. Llegó con Vicente Fox y permanece allí con Felipe Calderón, el actual presidente, electo a través de un fraude inocultable

Una tensión que se adivinaba en los rumores de las personas, en los silencios que interrumpían conversaciones, en la cotidianidad ruidosa de la mayor de la ciudad del mundo, flotaba densa, en la atmósfera cuando llegue a México en los primeros días de Marzo.

Nacía de escándalos políticos, endémicos en el país, de protestas oriundas de múltiples sectores sociales, del permanente descontento de multitud de trabajadores insumisos y parias, de la convicción generalizada de que en el futuro inmediato nada mejorara y casi todo empeorara.

Días antes, en una remota área de la Amazonia ecuatoriana, la fuerza aérea y el ejército colombianos habían ejecutado una matanza de guerrilleros de las FARC colombianas allí acampados, próximos de la de frontera. En la masacre habían perecido también cuatro estudiantes universitarios mexicanos de visita en el lugar. El asunto fue tema de encabezados y el silencio del gobierno suscitaba una lluvia de críticas. La indignación era legítima, más la pasividad oficial no sorprendía, insertándose en la lógica del funcionamiento del sistema del poder.

En México la derecha sin máscara esta encastillada en el gobierno. Llegó con Vicente Fox y permanece allí con Felipe Calderón, el actual presidente, electo a través de un fraude inocultable.

El Partido Revolucionario Institucional –PRI se transformó en una organización corrupta y podrida cuando en la transición del milenio, perdió las elecciones frente al Partido de Acción Nacional –PAN. Pero no obstante desarrollar una política neoliberal, respetaba aún, en su relación con el mundo, los principios de una política exterior independiente.

Durante años México fue en América Latina el único puente aéreo con Cuba por su rechazo a romper relaciones con la Isla revolucionaria.

Todo eso acabo cuando el PAN pasó a controlar las llaves del Estado.

Hoy, Calderón es, después del colombiano Álvaro Uribe, el más fiel y dócil aliado de la administración Bush. El vasallaje político se volvió complemento natural de la colonización económica.

La pobreza aumenta año con año en la franja de la miseria de la megalópolis mexicana, cuya población rebas los 20 millones.

Cuando camino por la Avenida Insurgentes, que atraviesa la capital en una extensión de 60 kilómetros, siento siempre un malestar nacido de la percepción de que aquella urbe gigantesca es una vitrina dramática de la obra destructora del capitalismo en el Tercer Mundo.

El transito, caótico, empeora de año en año. Los cinco millones de carros que circulan por el gran México, contaminan el aire del valle del Anáhuac y contribuyen para hacer de él la capital más contaminada del mundo.

Pero los juicios globales sobre la metrópoli tentacular son desaconsejables. Coexisten en ella el paraíso y el infierno, por veces en transiciones bruscas. Volví a vivir la contradicción en las banquetas de la Avenida Reforma, que paradójicamente nos transporta a Europa, y un oasis de verdor como el Parque de Chapultepec y los canales laberinticos de Xochimilco, sobrevivencia de la laguna que envolvía la mágica Tenochtitlán azteca.

En el Zócalo, la mayor plaza del continente Americano, el choque de emociones antagónicas, siempre que revisito México, también me proyecta en viajes por el tiempo, en que el conflicto de culturas me divide entre la fascinación y el horror. Allí suben aún para el cielo del valle las ruinas sombrías del antiguo Templo Mayor, arrasado por Hernán Cortes.

Muy cerca, contemplamos hoy la imponente catedral barroca donde los descendientes de los antiguos tenochcas que veneraban a Quetzalcóatl y Huitzilopochtli se arrodillan hoy frente a los altares de Jesús, el dios de los cristianos, colocandonos frente a una mudanza de religiones incompatibles. El gigantesco Palacio Nacional, el mayor de América, es otra lección viva de la historia de los pueblos que, transcurridos cinco siglos, resisten aún la fusión. Basta subir las escaleras, y en cada mural de Diego Rivera siento el movimiento de la historia de México. En aquellos frescos la conquista y el genocidio que la acompañó, inmortalizados por el genio del pintor, facilitan el entendimiento del sufrido caminar de la nación india y mestiza cuya revuelta generó una Revolución diferente de cualquier otra. En tanto en América del Sur las luchas fueron lideradas por descendientes de españoles como Miranda, Bolívar, San Martin y Martí, en México fueron dos Padres revolucionarios, Hidalgo y Morelos, quienes sublevando a los oprimidos, levantaron el estandarte de la rebelión contra la aristocracia criolla, aliada de la España imperial.

En cada palacio colonial del Zócalo, en cada piedra del Templo Mayor somos tocados por capítulos de una historia en la cual la violencia estuvo omnipresente en la corriente de los siglos y en el desencuentro de las culturas.

Por allí también pasaron los grandes caudillos Zapata y Pancho Villa, los héroes casi míticos de la primera gran revolución moderna del siglo XX en América Latina.

Transcurrido casi un siglo, el sueño de un México libre y democrático por el cual ellos combatieron (ambos murieron asesinados) no se concretizó.

La vida cambió. En pleno Zócalo, estaciones del mejor metro de América Latina aparecen como marcas de la modernidad de un país riquísimo cuyo sector avanzado produce hoy casi todo lo que está asociado a la imagen de progreso de los EEUU, de Japón y de Europa Occidental.

Pero en el espectáculo de la propia multitud compacta que, por la densidad, casi se atropella en la gran Plaza y en las calles que en ella desembocan, reencuentro casi inmóvil el otro México, anclado en el Tercer Mundo.

Esa dualidad antagónica es identificable, en grados diferentes, del Norte a Sur de un país con más de 105 millones de habitantes, mal distribuidos, en un área veinte veces superior a la de Portugal.

Carlos Slim, el magnate de las telecomunicaciones, es mexicano. Amasó ya una fortuna superior a la del norteamericano Bill Gates, de la Microsoft. Pero en el caserío miserable que sube por los cerros secos y fétidos que circundan el Valle de México vegeta una población que por las carencias recuerda a las peores favelas de Rio de Janeiro y de las aldeas que brotan como hongos en la África Subsahariana.

DE TAXCO A ACAPULCO

Aproveché esta visita para recorrer tierras del sudoeste mexicano. Fue un viaje de reencuentro y redescubrimiento. Volví a Taxco y a Acapulco, conocí playas bellísimas en el litoral del Pacifico, estuve en Oaxaca, todo en una correría de 2000 kilómetros marcada por emociones fuertes de encanto, amargura y esperanza.

Estábamos en la Semana Santa y la capital despejó millones de personas en los Estados que la rodean. El México del trabajo casi paró en aquella extraña de feriados. La jerarquía de la Iglesia Católica, estimulada por la oratoria reaccionaria del Vaticano, utiliza el periodo de Pascua para estimular en el sentimiento religioso de ciertas capas de la población las tendencias más obscurantistas.

Las procesiones, que durante décadas no podían por ley rebasar el atrio de los templos, volvieron a salir a las calles en desfiles acompañados por miles de fieles. En un país donde el sincretismo de los creyentes transforma los rituales católicos para introducir en ellas la forma de violencia heredada de tradiciones precolombinas, la flagelación es rutinaria en ceremonias de Semana Santa.

En algunas ciudades la crucifixión de voluntarios, perdura, enraizada en tradiciones seculares. Todo acontece, además, en atmosfera de fiestas en que la alegría e y el culto de la muerte se funden en un amalgama perturbador.

En Taxco, una de las más bellas ciudades coloniales de América, hija de la riqueza de minas fabulosas de oro y plata, mal conseguí caminar en el centro histórico. Un mercado anual que serpenteaba por las calles seculares, ocupando todos los espacios, se sobreponía ahí al fervor religioso. Los aromas, los colores, las plantas, las comidas. El mismo hormiguero humano me hizo evocar la descripción que Bernal Díaz del Castillo nos dejó del Mercado de Tlatelolco, tal como lo vio entonces, mayor que la ciudad de Salamanca. Transcurrieron cinco siglos, pero el México antiguo sobrevive en el nacido de la Conquista, en una perturbadora mezcla.

Ya, en Acapulco, en el Estado de Guerrero, remontando las serranías que separan el valle del Océano Pacifico, es un contradictorio mundo moderno que envuelve al forastero venido de Europa.

Conocí Acapulco hace casi un cuarto de siglo y no lo reconocí. Todo se transformo para mal. Crecieron allí desmesuradamente la riqueza y la pobreza. La ciudad-playa ocupó todos los espacios en vuelta de la concha que la hizo célebre como estancia turística de fama mundial. Hoy su población rebasa 1 200 000 residentes y, apretada, la urbe sube en desorden por los morros que la cerran. Dos Acapulcos, conviviendo, reflejan imágenes diferentes del mundo, ideas y aspiraciones incompatibles. Una es la del Acapulco de los multimillonarios extranjeros y nacionales, los hoteles de lujo, de las playas privadas, de las mansiones suntuosas incrustadas en jardines de paraíso, el balneario de la gente del jet set internacional, fútil y arrogante.

La otra, donde pasé una tarde y una noche, es el Acapulco mexicano, multiclasista, mas donde la pequeña burguesía predomina contigua a las islas de pobreza.

En la playa donde descansé unas horas para contemplar y sentir el espectáculo de la vida, millares de personas concentradas en un arenal situado en la extremidad oriental de la gran bahía-concha, tomaban el sol y se bañaban. Tuve la sensación de que la Caparica portuguesa en domingos de Agosto, es un desierto comparada con aquello. En algunos lugares había una persona en cada dos metros cuadrados. Y en el laberinto de los bañistas se movía, gritando, un enjambre de ambulantes vendiendo bebidas, comida, helados, ropas, radios, teléfonos celulares, electrodomésticos, gadgets baratos.

Fue un martes, no había una sola nube en el azul fuerte del cielo y la multitud transmitía un mensaje mudo de bienestar y de felicidad relativa.

En el día siguiente, descendiendo para el Sur, penetré en el trópico húmedo. En las llanuras costeras, lagunas de aguas paradas que en la lejanía se comunican con el mar, surgen en un panorama de platanares. Los cactus gigantes –planta tan mexicana que la vemos indisociables del panteón de los dioses míticos- desaparecen, cediendo el lugar a los platanares y a las palmas de cocos y a los mangos.

Puerto Escondido es en ese paseo marítimo una de muchas playas.

Los feriados religiosos también habían traído ahí a millares de turistas. Pero los extranjeros visibles eran pocos en la bella avenida marginal, donde hoteles acogedores, restaurantes, cafés, librerías, bancos, tiendas de ropa y artesanías se insertan en una ruidosa e ininterrumpida cortina volteada a la extensa playa que comienza del otro lado de la calle.

En el área hay restaurantes típicos con techos de palma. Comemos en uno, entre cocos, en una noche tibia de luna llena. Quise saber si era permanente aquel escenario idílico.

Luego moradores del lugar esclarecieron que Puerto Escondido, como otros balnearios de la región, solamente exhibe el rostro de ciudad-playa llena de vida durante la Pascua, las fiestas de navidad y algunas semanas de verano.

Fuera de esos periodos es una ciudad casi parada, donde la vida transcurre monótona, en una sucesión de días iguales.

Subir por los valles es un tormento. Hicimos la experiencia al día siguiente. Gastamos casi seis horas para recorrer tres centenas de kilómetros, rumbo a Oaxaca, la capital del Estado. Una estrecha y sinuosa carrera de montaña con curvas cerradas que marginan precipicios atraviesa sucesivos espinazos de la Sierra Madre Occidental. Florestas húmedas de pinos y árboles para mi desconocidos alternan en mutaciones bruscas con acantilados cubiertos de un matorral rastrero, quemado por el sol. La señalización es casi inexistente y solo de vez en vez, en terrenos abiertos en laderas abruptas, aparecen caseríos con media docena de casuchas. Allí se mueven personas en un aislamiento del mundo que solo la radio y el pasar de los carros rompe.

En un tosco bar con aires de restaurante hable con los propietarios, una pareja joven. Criticaron al gobierno, responsabilizándolo por los males del país y por la fatalidad que modela existencias como las de ellos por falta de oportunidades. Tenían ambos hambre de hablar. De cualquier cosa desde las frutas que crecen en la sierra hasta guerras lejanísimas, pasando por el futbol.

Preguntaron cuales eran las nacionalidades de los miembros de nuestro grupo –un mexicano, un ruso , una venezolana, una filipina y dos portugueses- y a todos dirigían preguntas. A mí me toco un comentario sobre Ronaldo, emblema de Portugal en aquellas montañas de la Sierra Madre.

Transpiraba de ellos la amabilidad mexicana, desconocida de los europeos y norteamericanos, ignorantes para los cuales la patria de Zapata es poco más que una tierra de cactus, violencia, bandolerismo y droga.

Al despedirme, recordé que la tasa de criminalidad no refleja la imagen de los pueblos. En las grandes ciudades de los países dizque avanzados todo es desconocido y en principio, cuando te abordan, te miran como enemigo potencial. Para aquella pareja, dividida entre la sociedad arcaica y el mundo moderno, tal como para el ciudadano común mexicano , ocurre lo contrario. El desconocido es atendido y visto como alguien que merece ser tratado con atención y simpatía, en el respeto de una tradición secular de fraternidad. En Brasil y Cuba la actitud es similar.

OAXACA, LA REBELDE

La actual Oaxaca fue fundada poco después de la destrucción de Tenochtitlán, cuando los españoles descendieron al Sur, rumbo a las tierras mayas.

El lugar, un valle fértil rodeado de montañas cuyos picos rebasan los 3500 metros, sedujo a los conquistadores.

La decisión del emperador Carlos V de atribuir a Hernán Cortés el titulo de Marques del Valle, entregándole el Señorío de Oaxaca, contribuyó para el rápido crecimiento del burgo colonial, sede de un feudo mayor que muchas monarquías europeas de la época. Hoy Oaxaca es patrimonio de la humanidad y sus habitantes están orgullosos de que la ciudad y la región circundante hayan adquirido prestigio mundial gracias a sus maravillosos monumentos precolombinos y de la época colonial.

Llegué ahí al atardecer y era tamaña multitud en el centro histórico para acompañar la fiesta religiosa que solamente al irrumpir la madrugada del viernes santo, aún bajo una luna que se despedía, pude pasear con tranquilidad por las calles y plazas del casco colonial, entonces desierto y silencioso.

Lo que ahí impresiona no es tanto la originalidad del estilo de la catedral barroca o de este o aquel templo, pero el conjunto de los edificios religiosos, de los palacios, y las calles donde las fachadas de las residencias setecentistas nos transportan al pasado, permitiendo imaginar la atmosfera del burgo colonial en la época borbónica. En la iglesia de Santo Domingo, el oro de los altares y de las capillas laterales sofoca por lo excesivo, recordando la riqueza de las minas de donde era extraído por millares de esclavos.

La actual Oaxaca es hija de siglos de violencia, de opresión, de lenta, dolorosa, fusión de los vencidos con los vencedores.

En el periodo de las guerras de Independencia fue escenario de grandes batallas cuando José María Morelos liberó la región, contigua a Chiapas. Esa tradición de lucha de los pueblos oaxaqueños permaneció latente para despertar durante la Revolución de 1910.

Cuna de Benito Juárez, el presidente indio que derrotó al ejército invasor de Napoleón III, Oaxaca proyecto su nombre al mundo cuando en Mayo del 2006 el pueblo de la ciudad y del Estado se levanto en defensa de derechos pisoteados. La protesta de los profesores locales evolucionó para una insurrección cuando la población salió a la lucha, solidaria con sus maestros. Y paso lo inimaginable. Durante meses Oaxaca fue blanco de una feroz represión. Las barricadas de la llamada Comuna de Oaxaca resistieron las cargas de la policía local y del ejército enviados a pedido del gobernador Ulises Ruiz, del PRI, cuando la situación se volvió incontrolable. El saldo de la represión fue pesado: decenas de muertos, desaparecidos y encarcelados en presidios estatales y federales.

Vestigios de la saga oaxaqueña permanecen en paredes donde slogans revolucionarios no fueron aún apagados. En la semana de Pascua la ciudad estaba tranquila. Pero la memoria de la insurrección perdura. Hablé con vecinos que participaron en la lucha,.Aclararon que prosigue, ahora pacificamente. No obstante las amenazas de Ulises Ruiz y del Poder Central, la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) no se disolvió y mantiene contactos con organizaciones internacionales que promovieron solidaridad con la Comuna.

A pocos kilómetros de la ciudad actual, vehemente de vida, las ruinas de una gran ciudad muerta, llevan al forastero a atravesar las murallasd del tiempo. Se desconoce el nombre que le dieron los Zapotecas que la fundaron en el siglo III Antes de Nuestra Era. Los españoles le llamaron Monte Albán en homenaje al encomendero de aquellos paramos. En las colinas de la sierra se encuentran otras ruinas, las de Mitla, una ciudad construida por los mixtecas.

Dominando el valle de Oaxaca, Monte Albán es también patrimonio de la humanidad. Estuve allí. Sin la monumentalidad grandiosa de Teotihuacán, la capital zapoteca fascina por la armonía, por la finura de la cerámica y de las obras de orfebrería , y sobre todo por la originalidad de su concepción arquitectónica. Abandonada por lo moradores en el Siglo VIII de Nuestra Era por causas desconocidas, tal vez por el agotamiento de los recursos naturales en la región, Monte Albán fue la primera ciudad del Continente Americano edificada de acuerdo con un proyecto de urbanismo concebido y ejecutado con rigor científico.

Meditando sobre su historia envuelta en el misterio, caminando por la gran plaza central, entre las pirámides, palacios y esculturas truncadas, sentí angustia al recordar la ola de barbarie que aniquilo a las civilizaciones de Mesoamérica.

No hay genocidio comparable. El de México pre-colombino excedió al de Gengis Khan, y el del incario peruano. Antes de la Conquista, en el inicio del siglo XVI, la población de México y de América Central debería rondar los 25 millones, superior a las de Francia y de España en la época, sumadas. En 1532 las estimativas evalúan la de México y América Central en 16 800 000; en 1605, transcurridos 73 años, cayó para 1 075 000 según el estudio más rigurosos que se conoce1. La hecatombe resultó de las guerras de exterminio, de las epidemias, sobre todo de la varicela, de los efectos del trabajo esclavo en las minas y en los campos, y de la destrucción de la vieja estructura económica y social.

La palabra tragedia define bien el crimen de la Conquista española.

El México de hoy es una nación mestiza y aún en búsqueda de la identidad forjada por la fusión inacabada. El sufrimiento acumulado no impidió que de las dos culturas brotase una que es la síntesis de ambas. Más en cualquier ciudad del país el forastero siente y percibe que el elemento autóctono prevalece sobre el hispánico en una contribución decisiva para la construcción del futuro.

En la excepcionalidad mexicana incluyo la vitalidad de las aspiraciones revolucionarias.

En estos años en que la ideología de la globalización capitalista proclama que el comunismo murió, en México crece en la batalla un pequeño-gran partido –el Partido de los Comunistas cuyos militantes, por la combatividad, modestia, espíritu fraterno y confianza inquebrantable en el futuro, me traen a la memoria a los Bolcheviques de la generación de Octubre de 1917 y de la que salvo a la humanidad del fascismo al vencer y destruir el poder militar del Reich Nazi.

Al revisitar México en Marzo, el reencuentro con estos camaradas fortaleció en mi la convicción de que es con gente como ellos que será asegurada la continuidad de la historia milenaria de su pueblo.

Traducción: Genaro Sotelo

La Haine