Gloria Hurtado y
Eufemio Salgado


El pueblo, los trabajadores, campesinos y familias que viven día a día honradamente y no tienen ningún interés en provocar daño alguno a cualquier ser humano, sufren y repudian la violencia y la guerra, esto es claro, ninguna de esas personas tiene porque sentir algún beneplácito con ella por sí misma, hablamos de que la mayoría de la gente simplemente persigue el anhelo de vivir tranquila y dignamente al lado de sus seres queridos sin padecer de sufrimientos que atenten contra ellos y los suyos.

Si nos proponemos reducir las cosas a una expresión de sentido común, sería fácil hallar una respuesta popular en donde se diga que se rechaza la guerra y se quiere la paz; claro, esto no tiene ningún mérito ni se descubre ningún hilo negro. Lo importante aquí es despejar dudas acerca de quién gana y quien pierde con la prolongación de la guerra, de dónde surge la guerra y cómo puede terminar.

 La guerra no se produce por un acto de voluntad de una persona o un grupo de personas, es el resultado de la prolongación de la política, y como toda realidad concreta, es necesario entenderla como la síntesis de múltiples determinaciones. Por tanto, resulta elemental que algo que no tiene su origen en un acto voluntarioso, no encuentra su solución en otro acto de la misma índole. Para que una guerra exista, aún más en gran magnitud, es necesario que se encuentren confrontadas importantes fuerzas sociales que por diversas razones no pueden resolver sus aspiraciones e intereses por medio de métodos estrictamente políticos. El capitalismo ejerce sobre todo trabajador y desposeído una violencia cotidiana que en muchos casos supera a la violencia derivada de una guerra, la muerte se encuentra lo mismo entre niños que mueren de enfermedades curables que entre trabajadores que no cuentan con condiciones de seguridad en su trabajo, entre comunidades rurales privadas de sus medios fundamentales de subsistencia; el sufrimiento se encuentra cotidianamente en las familias que tienen a alguna persona enferma y carecen de los elementos para remediarla, entre quienes son orillados a alejarse de sus seres queridos para buscar los medios de subsistencia lejos de su hogar. La violencia la recrudece la clase dominante cuando parte de esta población, vejada y agredida cotidianamente, se decide a marcar algunos límites exigiendo lo que por condición le pertenece, o simplemente por exigir un trato digno, la respuesta que se recibe es más violencia, represión.

 

El capital considera una agresión el que un trabajador reclame el fruto de su trabajo, que algún campesino exija su derecho a poseer la tierra o que cualquier persona se interponga entre él y la posibilidad de incrementar sus ganancias, los capitalistas se consideran a sí mismos los legítimos propietarios de todo, de la tierra, de las cosas, de la riqueza y de nuestras vidas, desde su óptica, el hecho de reclamar algo para nosotros significa en sí mismo una tentativa de robo.

            Siempre que se persigue un interés, cualquiera que éste sea, se buscan los medios idóneos para alcanzarlo, el capital persigue incesantemente el interés de acumular ganancias cada vez en mayor escala, esto implica una tendencia inherente hacia la confrontación con intereses que se le contraponen; muchos de estos casos se dan incluso entre mismos capitalistas, quienes a menudo se ven confrontados por su propia necesidad de hacerse de los factores necesarios para la acumulación, tierras, colonias, tecnología, recursos naturales, rutas comerciales, etc. Esto se da porque dichos factores son reclamados por alguien más, cuando dos o más bloques de capitalistas buscan obtener un mismo objetivo, tratan de superarse entre sí, y cuando los medios comerciales, políticos o diplomáticos son insuficientes, se llega al conflicto bélico. Sin embargo, los capitalistas no son quienes se presentan a la guerra, a ella son llamados los hijos del pueblo trabajador para arriesgar su vida en empresas que de lograrse no les rinden ningún beneficio, mientras la burguesía espera sentada a que la sangre derramada por otros se transforme para ellos en más capital. De esta forma todo beneficio caerá en manos de los propios capitalistas y toda pérdida recaerá invariablemente sobre las espaldas de quienes no aspiraban a ganar nada en ella. A menudo los pueblos se ven envueltos en situaciones de guerra que de ninguna manera se da por su elección, sino a pesar de ellos.

            Otro caso, también derivado de las relaciones hostiles inherentes al capitalismo, es la confrontación entre clases; esta se da en todos los terrenos, político, laboral, etc. Se da en la confrontación entre obreros que demandan por ejemplo aumento salarial o mejores condiciones de trabajo y los capitalistas que se resisten a ceder parte de sus ganancias, se da también en las disputas de tierras entre campesinos y terratenientes así como en muchas otras manifestaciones. Es un forcejeo cotidiano, cuando esta tensión no se sostiene pacíficamente, las clases sociales de por sí confrontadas, suelen llevar esta lucha de clases al terreno de la guerra. Guerra que tampoco surge por el deseo del pueblo, sino por el contrario, surge una vez que la violencia recurrente de la clase dominante se torna insoportable para quienes la padecen, una vez que al organizarse para exigir sus derechos encuentra por respuesta la cárcel, la intimidación, las golpizas, las amenazas  o el asesinato.

            La burguesía requiere de la existencia de las clases trabajadoras para cumplir sus objetivos, por lo tanto, si bien éstos aparecen como enemigo en el proceso de producción, no buscan eliminarlo sino someterlo, la paz para la burguesía implica el sometimiento incondicional de las clases explotadas. Pero esto refiere únicamente a la clase en sí, es decir a la clase que existe a partir de las relaciones sociales de producción; sin embargo cuando la clase trabajadora adquiere conciencia para sí, cuando se forma como clase con conciencia y se organiza como tal para defender sus intereses, sí se convierte para la burguesía en un enemigo a eliminar, se entra pues desde el Estado en la lógica de la guerra. Los trabajadores organizados políticamente son un elemento indeseable a toda luz puesto que se oponen a la explotación sin la cual la burguesía no podría existir. La organización política de los trabajadores busca necesariamente la eliminación de la burguesía y de la división de la sociedad en clases. Esto enciende las alarmas del Estado burgués quien identifica en dicho sujeto un peligro real a sus intereses. En este nivel utilizará todos los recursos a su alcance para acabar con su enemigo, puede ser a través de la disuasión, represión, cooptación, etc, pero cuando nada de esto resulta suficiente, no dudará en acabar por cualquier vía con su enemigo y el combate artero y asesino nunca está descartado para ellos.

Así pues, una vez que existe una clase organizada, el Estado se asume ya en una guerra y actúa de conformidad con ello, ésta puede darse en varios niveles, desde una lógica de guerra de baja intensidad que planifica distintas modalidades de represión hasta la declaración abierta de guerra a su enemigo de clase. Cuando esto sucede, el pueblo trabajador se ve orillado no a decidir si hay o no una guerra, sino a pensar las formas en como enfrentarla y por tanto ganarla. A menudo existe una gran resistencia del pueblo a llegar a estas instancias y suele ser éste quien agota todas las vías civiles y pacíficas para luchar, aún a costa de su propia sangre. Cuando un pueblo se asume plenamente en situación de guerra es porque está cabalmente convencido de que no existía ningún otro camino, y por esto mismo suele enfrentarla con singular heroísmo y valentía, sabiendo que su vida puede quedar en el camino pero con la legítima aspiración de terminar de una vez por todas con la guerra y con el orden de cosas que lleva siempre a su aparición.

Las causas de la guerra en Colombia.

En Colombia, la confrontación entre clases ha llegado a niveles álgidos. Existe una guerra desde hace más de cuatro décadas, un conflicto social y armado. La organización popular se ha desarrollado en todas sus formas; sindicatos, asociaciones campesinas, centrales obreras, colectivos estudiantiles, organizaciones políticas y organizaciones político militares.

En esta confrontación el Estado colombiano ha utilizado todos los aparatos que tiene a su alcance para desarrollar la ofensiva contra el pueblo organizado. Esta ofensiva implica destruir todos los frentes organizativos y asegurar la reproducción de capital de acuerdo a sus exigencias. Los sectores que inciden en cualquier  reivindicación desde las de tipo económico hasta las de tipo estructural son considerados objetivos de guerra por el Estado y  por lo tanto abatidos.

El Estado para asegurar su hegemonía, de la mano de la oligarquía, la burguesía nacional y el imperialismo estadounidense ha planificado, organizado y administrado la guerra durante décadas. Así, la guerra se muestra con muchas caras que implican  el uso de todos los medios y herramientas a su alcance.

La historia de esta confrontación data de muchísimo tiempo, para efectos prácticos nos referiremos de una forma breve desde la segunda mitad del siglo XX a la fecha. Este proceso se ha caracterizado por una violencia sistemática que se ha expresado desde la disputa por la tierra para conformar un latifundismo que respondiera a las necesidades del capital, hasta la reciente conformación de una nueva reapropiación del la tierra por medio del desplazamiento forzado, ésto para asegurar la apropiación de recursos estratégicos por parte del gran capital trasnacional y lograr la dominación territorial y la consolidación de la gran propiedad por la vía del terror contra las poblaciones. Un ejemplo claro es el desarrollo del paramilitarismo y el narcotráfico. Desde la década de los setenta en Colombia el negocio del narcotráfico fue contemplado como una herramienta del desarrollo de la economía y del control social. Las relaciones entre los narcoparamilitares, políticos, ganaderos y empresarios de capital transnacional, han  consolidado un bloque que asegura condiciones para realizar una acumulación de capital de acuerdo a sus intereses, esto es lo que se ha dado en llamar narco-para-política, misma que dinamiza, a costa del daño que provoca a la sociedad, la economía colombiana por medio del lavado de dinero, la entrada de remesas  y el capital especulativo.

La violencia sistemática ha diezmado la organización popular y ha cerrado varias vías políticas para solucionar algunas de las contradicciones de la sociedad. El asesinato de cientos de sindicalistas, el exterminio de los dirigentes de la Unión Patriótica, el desplazamiento forzado de miles de colombianos no puede ser ignorado en ningún análisis serio sobre este tema[1]. Esto se acompaña de una serie de reformas jurídico-políticas que acompañan el sistema político imperante, tal es el caso de las reformas constitucionales que eliminan las garantías individuales, aumentan el presupuesto de guerra, y han despojado de espejismos el carácter de la confrontación. La necesidad  de la lucha sin concesiones ni descanso contra los enemigos de clase.

            El capital para cumplir los objetivos concretos que se plantea en Colombia requiere de una estrategia completa, partiendo no sólo de sus aspiraciones sino también de las dificultades y obstáculos reales derivados del desarrollo de la lucha de clases. Es decir, si bien lo que lo orienta son objetivos económicos concretos, éstos no pueden llevarse a cabo por la oposición que de diferentes formas ofrecen los explotados. Es por ello que la eliminación política y militar de sus opositores organizados se convierte para la burguesía en un requisito necesario para obtener sus metas económicas a corto, mediano y largo plazo. Este tipo de estrategias suelen tratar de sistematizarse a partir de planes, dentro de los cuales se fijan metas y procedimientos tanto económicos, políticos y militares. De esta manera resaltan los Planes Colombia, Patriota y Victoria. Para comprender la naturaleza y formación de los mismos, es necesario tener muy presente que el imperialismo norteamericano tiene muy importantes intereses en Colombia, tanto en lo que se refiere a control del mercado con tendencias hacia su monopolio (producción y distribución de mercancías entre las que destacan los narcóticos), como por su posición geo-política[2]. Es por esto que el imperialismo norteamericano ha tomado prácticamente las riendas de la guerra que el Estado Colombiano ha sido incapaz de ganar por sí sólo, por lo que no podemos analizar seriamente este conflicto sin tener en cuenta que cuando nos referimos a la clase dominante en Colombia, estamos hablando en gran parte del propio imperialismo norteamericano.

 

El desarrollo de esta confrontación tiene una diferencia fundamental entre una y  otra clase. Para  la clase dominante la guerra  responde a una lógica de acumulación, mientras que para el pueblo trabajador la guerra forma parte de la búsqueda de un objetivo legítimo, la emancipación.

            Esto no es una simple consigna, es una realidad perfectamente lógica. Los capitalistas, para realizar sus objetivos necesitan violentar cotidianamente a otros seres humanos a quienes forzan a desgastar sus capacidades físicas e intelectuales a su servicio sin obtener los suficientes beneficios para vivir dignamente, si no fuera por esta violencia cotidiana los capitalistas no podrían apropiarse de la riqueza generada por las manos de quienes trabajan, cuando hacen la guerra y cuando aventajan en ella no es, ni mucho menos para mejorar la condición de las mayorías, por el contrario, mientras más fuerte es el poder del capitalismo, mayor es su capacidad de dañar a la humanidad y a todo lo que le rodea como el medio ambiente, cuando el capital gana, la humanidad y el planeta pierden. Por la guerra o por el simple dominio del Estado, el capital reproduce la violencia de muchas maneras.

            Por el contrario, los desposeídos y explotados no tienen por interés la subordinación de otros seres humanos, sólo reclaman el fruto de la riqueza generado por sus propias manos, su lucha es por la dignidad humana, y si hacen uso de mecanismos de defensa es porque ha resultado inútil tratar de hacerse escuchar ante los oídos sordos de quienes no escuchan más que las campanas de Wall Street anunciando que su riqueza viene aumentando sobre las espaldas de miles de trabajadores que sudan a diario en su trabajo. La victoria de los oprimidos no traerá consigo el aumento de la violencia cotidiana sino la tendencia hacia su eliminación, la terminación efectiva de la explotación abriría a nuestros pueblos la posibilidad de humanizarse y dejar atrás el oscuro pasado de sufrimiento y degradación cotidiano. La emancipación de las clases explotadas abrirá paso a la misma emancipación de la especie humana.

            Apropósito de esto, no basta con desear que una guerra termine, por el contrario es necesario ocuparse de terminarla, y para hacerlo resulta central comprender que esto no puede lograrse únicamente teniendo claro que se anhela vivir en paz. Cabe entonces preguntarse: ¿Cuáles son las condiciones materiales necesarias para que una guerra termine?

            Para empezar, resulta imprescindible notar que se trata ya de un hecho, es decir, dentro de una guerra no cabe preguntarse si se va a hacer o no la guerra sino se parte de que ésta ya se está desarrollando y por tanto, de que otros factores sostienen la existencia de la misma. Independientemente de los factores de tipo técnico, aquí lo principal es desentrañar los intereses que se están disputando en una guerra, llegando necesariamente a dos cuestiones, lo que la ha originado y lo que la sostiene actualmente. En una guerra de clases como es a la que nos estamos refiriendo, cabe preguntarnos el porque la confrontación entre ellas ha derivado en un conflicto social armado. En esto ya hemos abundado anteriormente, así que por ahora nos referiremos al segundo punto.

            Partamos entonces del hecho, ya en curso, de que existen fuerzas de la burguesía armadas que emprenden una ofensiva cotidiana contra el pueblo organizado, y por el otro lado, partamos de que existe una resistencia organizada y armada de los explotados. Para pensar en el fin de la guerra tendríamos que pensar en cómo podrían renunciar ambas partes a ejercer la violencia de clase. Y por tanto es aquí donde nos vamos a encontrar con un punto nodal: ¿Es posible la coexistencia pacífica entre clases confrontadas de manera antagónica? Y respondemos claramente, No es posible. Y otra pregunta: ¿Es posible mantener la violencia de clases sin que escale al grado de una guerra? Sí es posible durante un tiempo y sobre determinadas circunstancias. Por ahora nos limitaremos a la segunda cuestión y dejaremos la primera para atenderla más adelante.

            Para lograr que la violencia de clase salga del escenario de la guerra, es necesario reconocer la existencia de la misma y el carácter endeble de la paz, es decir la latencia de la guerra. La paz, así entendida, puede lograrse cuando las fuerzas en pugna, reconociendo su carácter contradictorio, cedan temporalmente a algunas de sus aspiraciones y encuentren los canales para llevar a cabo la lucha por sus objetivos en el ámbito político; es decir, partiendo de un escenario de guerra, se propugne por la prolongación de ésta por otros medios, la política. Esto de ninguna manera significa el fin de la confrontación entre clases sino un reposicionamiento político de las fuerzas enfrentadas, ajeno cuando menos en parte, al terreno militar.

            Si esto es posible, ¿Por qué no se hace? ¿Quién teme a la posibilidad de sacar la confrontación de clases del terreno militar? Es la propia burguesía, quien al ser la que cotidianamente violenta a las clases explotadas, es susceptible permanentemente a generar rechazo y a ser apoyados únicamente por la minoría que se ve beneficiada de esta situación. Si las organizaciones de los trabajadores no logran en todo momento agrupar a las mayorías, es porque son cotidiana y violentamente separados de su materia de trabajo político, las masas. Y esto no es sólo una tendencia sino que de otra manera le sería muy difícil a la clase capitalista mantener su hegemonía. Estado, clase y violencia son elementos que indisolublemente aparecen juntos en todas sus manifestaciones, y por tanto quién tiene las condiciones materiales para ejercer la violencia, cárceles, ejércitos, armas, sistemas judiciales, etc, que forman parte del Estado, son utilizados por conveniencia y por la misma posibilidad de hacerlo. De esta manera, el Estado en manos de los capitalistas no se siente ni por un momento tentado a rechazar el uso de la violencia de la cual reclama su exclusividad, es decir, reclama únicamente para sí el derecho inalienable a violentar a otros seres humanos a través de los mecanismos del Estado arriba mencionados.

            Si los capitalistas renunciaran a la posibilidad de confrontar violentamente y sin oposición legal a las organizaciones de las clases explotadas, estarían renunciando a un elemento indispensable para sostenerse duraderamente como clase dominante. Tenderían a perder su hegemonía, las fuerzas organizadas de los explotados crecerían y estarían en condiciones de arrebatar la hegemonía a los capitalistas. Esto naturalmente les resulta inaceptable, en el menor de los casos, el Estado burgués renunciará sólo a las expresiones más burdas de la misma, valiéndose de leyes y manejos mediáticos que les permitan minimizar la percepción popular de su carácter violento de clase.

            Las fuerzas políticas de los trabajadores, por el contrario, gozarían de mejores condiciones para hacer trabajo político sin necesidad de recurrir a la violencia. Si se bloquearan aunque fuera algunos de los métodos que utiliza el Estado para tergiversar la realidad y a acomodar todo de tal suerte que quede asegurada su hegemonía, si fuera igual de factible para las fuerzas de los explotados acceder a los medios de comunicación, a las imprentas, a las plazas públicas, a los centros de trabajo, y tantas otras cosas que a menudo les son imposibilitadas por distintos medios, de seguro obtendrían en un plazo no muy largo la victoria por métodos políticos.

            De esta forma está claro que no es el pueblo trabajador quien teme a la paz, es precisamente la clase capitalista quien no puede prever en ella más que un escenario catastrófico para sus planes, mientras que las organizaciones de las clases explotadas estarían en extraordinarias condiciones para su trabajo político. Es por tanto absurdo pensar que sea medianamente lógico que la paz no se logre por la falta de voluntad de quienes han venido enfrentando la guerra desde la posición de los oprimidos.

            Además si partimos del hecho de que el Estado es un instrumento de opresión de una clase sobre otra, estaríamos concientes de que para negociar seriamente un tratado de paz en donde no haya predominio de alguna clase es imposible. El estado capitalista a menudo reza: Déjame todo a mí, el control de todos los instrumentos de violencia mientras tú sólo cuentas con mi palabra de no utilizarlos en tu contra. Rechazar esta proposición por parte de una fuerza insurgente constituye para la burguesía un acto de intransigencia. Pero no lo es. Para pensar seriamente en una paz política negociada, sería necesario neutralizar la capacidad de ambas fuerzas en conflicto, y eso sólo puede lograrse ya sea mediante el desarme total o bien con la detentación compartida del uso de las armas, entre otras cosas. Esto priva al Estado de su mejor carta y por tanto no acepta este tipo de acuerdos sin por ello adjudicarse el adjetivo de intransigente.

            Ahora veamos; ¿Cuáles son las condiciones materiales necesarias para que exista una paz digna y duradera? Una vez claro que todo modo de producción basado en la explotación reproduce inherentemente la violencia, llevándola en muchos ciclos hasta la guerra, habremos de ser muy claros al afirmar que no es posible que exista una paz digna y duradera mientras subsista algún modo de producción basado en la explotación. Para esto es absolutamente necesario que desaparzca la explotación y todas las formas de subordinación y violencia que de ella derivan. Solamente pueden hacer suya esta tarea aquellos que no tienen nada que perder, los desposeídos, los trabajadores. Y solamente pueden materializarlo con un proyecto histórico que consiste en la destrucción del Estado capitalista y la construcción de un nuevo tipo de Estado que tiende a su extinción en la medida en que planifica y lleva a cabo de manera conciente la eliminación de los factores que hacen posible la explotación y la violencia. Esto es, el socialismo.

Cualquier otro intento por alcanzar la paz que no tome en cuenta lo anterior está condenado al fracaso, puesto que si bien se puede coexistir de manera relativamente pacífica durante algún tiempo, éste terminará por vencerse cuando nuevamente las contradicciones de clase alcancen niveles insostenibles. Es decir, no se puede alcanzar realmente la paz sino únicamente postergar la guerra, por tanto resulta una paz de espejismo, no es una paz realmente humanitaria, simplemente intercambia unas formas de sufrimiento por otras para a final de cuentas encontrarse más tarde o más temprano con los mismos horrores de la guerra. Independientemente de que pueda haber personas con la buena intención de acabar con la guerra haciendo caso omiso de las premisas mencionadas, el resultado histórico será el mismo que cuando se hace con toda la intención de generar para la burguesía mejores condiciones para recomponerse. Estas posturas son propias de la pequeña burguesía a veces radicalizada que si bien teme al creciente poder de la gran burguesía, teme también a la victoria de los trabajadores y se aferran a su ideal individualista de subsistir en condiciones aceptables con la esperanza de que nada empeore y que si empeora no sean alcanzados por la violencia.

            La propuesta de la paz en Colombia, se ha desarrollado durante décadas. Una y otra vez el pueblo ha lanzado propuestas para conseguir una paz digna y duradera. La articulación de iniciativas que permitan en un primer momento defender los espacios que garantizaban la subsistencia dentro del capitalismo. Ejemplo de ello es la conformación desde los años cuarenta de autodefensas campesinas  que, ante el ejercicio de la violencia se organizaron para defender sus tierras. Una de las condiciones necesarias para contrarrestar la violencia oficial era la organización de la autodefensa popular. De ésta se planteó posteriormente incorporar reivindicaciones sociales más amplias. A la par, los cambios económicos y estructurales marcaban el desarrollo de Colombia. En la década de los 80’s se dio una crisis que alcanzó cifras alarmantes. En 1984, el desempleo era de 14% de la población económicamente activa y otro 16% subempleada. Al mismo tiempo,  el desarrollo de la organización se incrementó producto de la recurrente violencia estatal. En este sentido la salvaguarda del pueblo trabajador se organizó en todos los frentes y formas de lucha posibles, desde las autodefensas campesinas hasta  las político-militares.

 

Esta organización respondió a las formas en que la clase dominante agudizó la explotación y la violencia. La forma en que ésta se ha desarrollado ha sido variada. Por ejemplo durante la administración de Turbay Ayala (1978-82) el gobierno aplicó el Estatuto de Seguridad que prohibía las garantías individuales, cercenaba la libertad de expresión y la movilización, restringía los derechos gremiales básicos de los trabajadores, etc. Con la administración subsiguiente en cabeza de Belisario Betancur (1982-1986), se cambio el modo de maniobrar y se ofreció “Amnistía y apertura”, en este tiempo las fuerzas de la clase dominante se fortalecieron, principalmente los terratenientes, se enriquecieron desarrollando sus vínculos con el narcotráfico.

 

Este accionar ha sido recurrente en la historia política y económica de Colombia. Las administraciones pasan de una guerra total, a una política de diálogo. La administración actual en cabeza de Álvaro Uribe Vélez  ha desarrollado una política que cínicamente llama de “mano dura, corazón  grande”. Ha aplicado una  Política de Seguridad Democrática que tiene como características un  conjunto de reformas  jurídicas, económicas, políticas  y sociales destinadas a la incrementar la guerra. Elimina las garantías individuales, ha conformado una red de informantes que delaten a  la organización popular, ha incrementado el pie de guerra y ha aplicado planes  para garantizar  los intereses imperialistas  y consolidar la dinamización de la economía vía la guerra. Ejemplo de ello es el desarrollo del Plan Colombia, el Plan Patriota, etc, que como lo hemos expuesto anteriormente es el desarrollo  de la guerra  total. Se realiza un ejercicio criminal  del poder del Estado mediante un sistema organizado y estructurado para el logro de sus fines.

 

En la lucha del pueblo trabajador, el diálogo ha sido una alternativa para detener la guerra. Esto se puede rastrear desde el desarrollo de los acuerdos de la Uribe, la propuesta de una nueva constitución nacional impulsada por la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar, los diálogos desarrollados en Caracas y Tlaxcala en 1991 y los diálogos de San Vicente del Caguán en 1999.

La lucha por la paz se ha demostrado en  la creación y difusión  de una  Plataforma para un gobierno de  reconstrucción y reconciliación nacional propuesta por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo (FARC-EP), para  aglutinar a los sectores que ya no quieren la guerra y avanzar en el proceso de paz. Las propuestas emanadas de la zona de despeje en los diálogos realizados entre el gobierno y las FARC-EP durante la administración de Andrés Pastrana en los cuales se organizaron audiencias públicas por la paz en las cuales participaron cerca de 26 mil personas para  consolidar una agenda común por una Nueva Colombia.

Sea por la vía abierta o cerrada el pueblo  trabajador camina con paso firme en la búsqueda de la paz.  De forma abierta por medio de la organización  y empuje de la plataforma  de diez puntos para un nuevo gobierno de reconstrucción y reconciliación nacional (3), por la vía cerrada con la lucha político militar  y el Movimiento Bolivariano por la Nueva Colombia. Desde los históricos acuerdos de la Convención de Ginebra, hay una búsqueda constante de distintas fuerzas por normar la guerra, ateniéndose al Derecho Internacional Humanitario. En el caso de Colombia han sido precisamente las organizaciones político militares  quienes han señalado la imperiosa necesidad de que el conflicto social armado que en dicho país se vive, quede sujeto al DIH. Es por eso que se pide el reconocimiento de las mismas como fuerzas beligerantes puesto que si no se hace, resulta muy complicado proteger a la población civil. La negativa del Estado colombiano a atenerse al DIH es tajante, y argumentando que combate a terroristas y narcotraficantes, incurre constante e impunemente en la violación elemental de las  normas de la guerra mostrando descaradamente el terrorismo de Estado que se esta ejerciendo y la política de aniquilamiento total de cualquier  forma de lucha por la paz.

Es por ello que no debemos engañarnos, la única forma de terminar definitivamente con la guerra y alcanzar una paz digna y duradera será cuando los oprimidos alcancen la victoria y se emprenda de una vez por todas el largo pero seguro camino hacia la emancipación.

En conclusión, es preciso que tomando en cuenta todos los factores aquí mencionados se tome con toda seriedad el problema de la guerra en Colombia, quien verdaderamente aspira a conseguir la paz tendrá que hacerlo del lado de los oprimidos, sólo con ellos podrá alcanzarse y cualquier discurso lastimero que se razgue las vestiduras clamando por la paz a través de la sumisión de los trabajadores y campesinos es pura charlatanería burguesa, no ayuda en nada a la consecución de la paz, por el contrario, su falso discurso ha sido utilizado por los guerreristas del estado colombiano para argumentar que la única paz posible es la rendición incondicional de las fuerzas insurgentes. Si en verdad se busca alcanzar un acuerdo de paz, ha de reconocerse la guerra y las fuerzas que en ella actúan, pero sin la falsa ilusión de que éste será el fin definitivo de la violencia y la guerra. Y si en verdad se busca la paz digna y duradera sólo es posible alcanzarla con la victoria de los oprimidos y la supresión definitiva de la explotación.





Marzo de 2008

 



[1] Colombia es el  país que tiene la mayor cantidad de sindicalistas asesinados, cerca  de cinco mil integrantes de la UP fueron asesinados, mientras que millones de colombianos han sido desplazados.

[2] La Posición geopolítica de Colombia no es nada despreciable, ubicada en franca zona de influencia norteamericana, teniendo parte de la amazonía y vastos recursos hídricos, acceso a dos mares, frontera con Venezuela, Ecuador, Perú, Panamá y Brasil.

[3] Los puntos de  la plataforma son los siguientes:.

1.-La solución política al grave conflicto que vive el país.2. La doctrina militar y la Defensa Nacional del Estado, será bolivariana. 3. Participación democrática nacional, regional y municipal en las decisiones que comprometen el futuro de la sociedad. 4. Desarrollo y modernización económica con justicia social. 5. El 50 % del Presupuesto Nacional será invertido en el bienestar social. 6. Quienes mayores riquezas posean, más altos impuestos aportarán para hacer efectiva la redistribución del ingreso. 7. Política que democratice el crédito, la asistencia técnica y el mercadeo. 8. Explotación de los recursos naturales en beneficio del país y de sus regiones. Renegociación de los contratos con compañías internacionales que sean lesivos para Colombia. 9. Relaciones internacionales con todos los países del mundo bajo el principio del respeto a la libre autodeterminación de los pueblos y del mutuo beneficio. 10. Solución del fenómeno de producción, comercialización y consumo de narcóticos y alucinógenos, entendido ente todo como un grave problema social que no puede tratarse por la vía militar.  Si se desea   observar todo el documento completo se puede  ver en los resolutivos de la Octava conferencia Nacional que se  encuentran en  FARC-EP, esbozo histórico, Comisión Internacional, 1998.