Para confrontar la política imperialista de Trump: ni sumisión, ni “unidad nacional”.

Tal como lo anunció en su campaña, el Presidente de los EEUU, Donald Trump, firmó una orden ejecutiva para la construcción del muro fronterizo entre su país y el nuestro, con el propósito expreso de contener la migración de trabajadores mexicanos y de otras nacionalidades que nutren la fuerza de trabajo en las distintas ramas de la producción y los servicios en esa nación norteamericana.

Sin mediaciones diplomáticas, Trump aseguró además que la construcción de tal muro -a lo largo de los 3185 kilómetros de frontera– será pagada por México, en un costo que se valúa entre los 15,000 y 20,000 millones de dólares. Condicionó la anunciada reunión con Enrique Peña Nieto, Presidente de México, al compromiso de éste con tal pago. Adicionalmente, el presidente norteamericano adopta la medida de imponer un impuesto del 20% a los productos mexicanos que ingresan a EEUU para financiar la construcción del muro, con lo que concluye de facto con los acuerdos arancelarios incluidos en el TLCAN, al que pretende revisar en busca de condiciones aún más ventajosas para los monopolios que representa.

El Partido Comunista de México condena la construcción de tal muro fronterizo y presenta sus puntos de vista sobre la manera en que los trabajadores deben confrontar la agresividad imperialista, antiobrera, antiinmigrante y racista.

En primer lugar, es falso que los trabajadores migrantes mexicanos, centroamericanos, latinoamericanos, haitianos o de cualquier otra nacionalidad sean responsables de la miseria y las condiciones de vida paupérrimas de la clase trabajadora norteamericana. Este argumento demagógico fue proferido ya en la Alemania de los años 30, contra los trabajadores de origen judío y del Este europeo, y actualmente se escucha en la Unión Europea contra los trabajadores migrantes de origen árabe y africano. El desempleo y la desvalorización de la fuerza de trabajo son parte de la naturaleza del capitalismo como modo de producción. Con el racismo y los discursos reaccionarios, se pretende distraer a los trabajadores de EEUU de las principales causas en la base de sus problemas, entre las que destaca la crisis de sobreproducción y sobreacumulación, que inició en 2009 y tiene su epicentro en los EEUU, y que en su octavo año continúa desvalorizando la fuerza de trabajo, golpeando los derechos sociales y laborales. La clase obrera multinacional que conforma el proletariado norteamericano es además tan explotada como la clase obrera de otros países, con el fin de acrecentar las superganancias de los monopolios, y la relocalización de la industria que devasta a otrora importantes ciudades como Detroit, Cleveland, Pittsburg, Minneapolis, tiene como motivo fundamental la maximización del lucro de los monopolios de las distintas ramas de la industria.

Es igualmente falso que el ataque a los trabajadores migrantes y las medidas proteccionistas que promueve Trump vayan a poner fin a la crisis de la economía capitalista. La profundización de dicha crisis está en curso y en consecuencia un mayor ataque contra el conjunto de la clase obrera y de todos los trabajadores de EEUU, que en lo inmediato significará brutales recortes a los servicios de salud y al llamado welfare, mayores recortes a presupuestos públicos para sostener ganancias del capital y rescate de las industrias en quiebra.

El ataque racista a los trabajadores, intrínseco a la dominación burguesa, se acrecienta en tiempos de crisis, y también debe incrementarse la respuesta clasista. La única respuesta a la crisis capitalista -que ya manifiesta los límites históricos de la propiedad privada de los medios de la producción y del cambio- es luchar por la unidad de la clase obrera y sus reivindicaciones políticas, en primer lugar el poder obrero y el socialismo-comunismo; no hay términos medios ni estaciones previas, y quien diga eso en realidad estará buscando prolongar la agonía, y en consecuencia las calamidades que padece cotidianamente la clase obrera y la familia trabajadora, así como los sectores populares y los pueblos del Mundo.

No queremos el muro fronterizo, ni el muro de Israel contra el pueblo palestino, ni los campos de concentración contra los migrantes africanos y árabes en la UE, ni las abusivas medidas racistas de la policía migratoria mexicana contra nuestros hermanos trabajadores hondureños, salvadoreños, guatemaltecos, haitianos. El sufrimiento del proletariado, que en muchos casos encuentra la muerte en mares y desiertos, nos lleva a plantear que no es con nacionalismos ni con retórica populista sobre la soberanía nacional como se habrá de enfrentar al imperialismo, sino con el internacionalismo proletario.

Los comunistas, sabiendo que no es una tarea sencilla, fácil, ni instantánea, trabajaremos por la unidad de la clase obrera de México y los EEUU, pero también de los trabajadores migrantes de otras nacionalidades contra los monopolios que nos explotan y oprimen mancomunadamente.

La mano de obra inmigrante es y lo fue siempre un componente esencial de la acumulación pues tanto es mayor la sobreexplotación como la extracción de plusvalía derivada de aquélla. Propalando el racismo contra los trabajadores migrantes, la burguesía busca antagonizar y crear conflictos entre los diversos sectores de la clase obrera para poder reducir el valor de su fuerza de trabajo. Sólo la unidad de los trabajadores, reiteramos, abrirá un camino cierto, sin chauvinismos, sin nacionalismos.

La lucha contra Trump y el imperialismo norteamericano está engarzada a la lucha contra los monopolios y el capitalismo en México, por ello es falsa la vieja fórmula burguesa proclamada con vehemencia en los últimos días: la “unidad nacional”.

La soberanía popular no está en el interés de los monopolios, pues su única patria es la ganancia. Sólo cuando el capitalismo sea derrocado y se encuentre triunfante el poder obrero, los intereses soberanos sobre energéticos, tierras, industria, recursos naturales, mares, fronteras, serán garantizados. Ello es posible en el contexto de la construcción del socialismo-comunismo en nuestro país. Hay condiciones que maduran para que esa obra fructifique.

La historia nos enseña cómo a lo largo del Siglo XX, en las ocasiones en que la clase obrera adoptó la “unidad nacional”, hipotecó su independencia como clase subordinándose a los intereses de la burguesía, la cual aprovechó para maximizar sus ganancias y afirmar su dominación. Con la “unidad nacional”, se firmaron una y otra vez pactos obrero-patronales en los que se desvalorizó la fuerza de trabajo, se aceptaron sin reparo medidas de austeridad, se restringieron libertades y derechos democráticos y laborales. Los pactos interclasistas siempre han sido en perjuicio de los trabajadores; en México, afianzaron gestiones populistas que avanzaron en la concentración y centralización del capital y produjeron un periodo de estabilización que favoreció a la clase dominante.

La retórica “antiimperialista”, plagada de un discurso antinorteamericano, disfrazó los lazos de interdependencia que se tejían entre los monopolios de ambas naciones, y que se fortalecieron con la firma del TLCAN en 1994, en tanto que la ideología de la “unidad nacional” se archivaba para otros tiempos.

Pero hoy la clase dominante ha encontrado útil desempolvar esa política de la “unidad nacional”, con varios objetivos, en primer lugar logrando la unidad de la propia burguesía y sus expresiones políticas, desde la derecha y el liberalismo hasta la socialdemocracia y la nueva socialdemocracia.

En su discurso en Ciudad Acuña, Coahuila, López Obrador llama enseguida a cerrar filas con Peña Nieto, olvidando sin rubor que lo consideraba un presidente ilegitimo, en tanto que él era, por supuesto, el presidente legítimo de México. En él presentó una serie de medidas que pocos días después adoptó Enrique Peña Nieto. En la misma dirección se alinearon rápidamente todas las cámaras patronales, los partidos registrados, el poder legislativo, los medios de comunicación, los intelectuales orgánicos del sistema. En toda la clase dominante existe el consenso sobre la “unidad nacional”, y el mayor vocero es Carlos Slim, cabeza de uno de los monopolios que más superganancias obtienen.

Las medidas que impulsan son falsas salidas, placebos, palabrería, demagogia. Engaños, en una palabra.

En medio de esa fiebre de chauvinismo, los monopolios encontrarán la forma de negociar con Trump y el imperialismo nuevas reglas que los favorezcan, acuerdos que se puede prever tendrán un carácter secreto y a espaldas de ambos pueblos. Además, están allanando el camino para que la gestión de la nueva socialdemocracia de MORENA y López Obrador, al que en estos días se han sumado el monopolio de TV Azteca y el ex Secretario de Gobernación Esteban Moctezuma, conquisten la Presidencia en 2018.

Pero incluso por encima de esos objetivos, está sobre todo el de atenuar la lucha de clases en nuestro país -que se acentuó con el inicio del 2017, tras los efectos de la crisis capitalista que se recarga en la economía popular, en los bolsillos de los trabajadores, con el gasolinazo, la carestía, el aumento salvaje de los costos de los productos básicos, el transporte, los servicios-, y las olas de protesta, que aunque espontáneas por ahora, expresan el potencial de lucha de la clase obrera y los sectores populares contra el poder de los monopolios.

El Partido Comunista de México llama a los trabajadores a no caer en la trampa de la “unidad nacional”, a no caer en la lógica de los acuerdos interclasistas, ni en la conciliación de clases, y a intensificar la lucha consecuente contra el imperialismo que es en primer lugar la lucha contra los monopolios en México.

El Partido Comunista de México llama a la lucha para romper con los acuerdos interestatales como el TLCAN, y las nuevas formas que adquiera después de las previsibles modificaciones en puerta a su arquitectura.

El Partido Comunista de México llama a la organización de los trabajadores migrantes en la frontera norte, allende las fronteras en las grandes ciudades de los EEUU, y también en la frontera Sur de nuestro país, donde nuestros hermanos proletarios centroamericanos sufren de la Policía Migratoria mexicana similares vejaciones a las que se viven por parte de la US Border Patrol.

Nuestro llamado es al internacionalismo, no al nacionalismo; nuestro llamado es a posiciones clasistas, no a la “unidad nacional”. Nuestro llamado es a la unidad con los trabajadores norteamericanos, y no con nuestros verdugos, nuestros explotadores que son la clase de los burgueses, cuyas políticas de hambre y miseria forzan a millones de trabajadores de nuestro país a buscar en la emigración laboral mejores condiciones de vida; esos burgueses que construyen muros de exclusión e injusticia social en nuestras ciudades y pueblos, alrededor de sus lujosas zonas residenciales y centros comerciales, en tanto que la inmensa mayoría explotada pervive con lo indispensable.

¡Proletarios de todos los países, uníos!

El Buró Político del Comité Central