Despejar el horizonte frente a la crisis del Estado

Felipe Cuevas Méndez

El pueblo no debe caer en pesimismos de ninguna especie, ya bastante ha padecido como para dejarse envolver en la aflicción, cuando el camino es difícil de vislumbrar o expandir motiva a redoblar las luchas para encontrar y aferrarnos a las determinantes de este proceso.

La cuestión es que Ayotzinapa, la masacre de Iguala y los desaparecidos develan de golpe las condiciones generales preponderantes sobre México. Movimientos de antes y de ahora, situaciones de aquí y de allá demuestran las realidades del país, sin ninguna duda, mas esta situación nos presenta con claridad el gran dilema que tenemos. Cierto que no todo se explica ni se resuelve por la herida de la patria en Ayotzinapa, la realidad es esta, Ayotzinapa y sus hechos existen, son inocultables, lo cual exige asunción de roles responsablemente en el seno del pueblo y sus movimientos emergentes.

En el contexto se presentan refuerzos, solidaridades e iniciativas para la lucha, es vital tomarlas todas, tanto las gratas como las controversiales. Aunque en ocasiones haya un celo por “las formas”, nada es desdeñable porque ya la situación rebasa el viejo contenido de la lucha sectorial, además de que el proceso reclama consecuencia, prestancia y apertura para el apoyo sin el cual no se logra la madurez política. Las fuerzas que tengamos, las posibilidades con que contamos, las capacidades que podamos practicar; deben ofrecerse al empeño común de esta lucha asumiendo sus diversidades en todo caso como producto de las actuales condiciones de la sociedad capitalista.

El régimen tiene bien aprendido el libreto de su política de masas, aísla, disgrega y mata los movimientos, por lo que hay que romperle el esquema actuando juntos y juntas, resolviendo las relaciones democráticas, revolucionarias y adherentes para afianzarnos en el siguiente paso que será único en su género para una confrontación necesaria frente a las circunstancias que nos oprimen.

No hay tormento que valga, si no aplicamos un plan único, pues que emerjan todos los planes de lucha, lo significativo es combatir al sistema atroz proliferando todas las luchas, observando el factor movilización aquí y ahora, ascendente, que en lo esencial concierte sus acciones contra los opresores. Esto es posible e indispensable en cualquiera de sus circunstancias, no cabe marcha atrás, toca entrarle, empujar y convencer a los amplios sectores. Otras batallas vienen, lo mismo si son en primer plano solidarias con el problema actual, que si asumen sus demandas largamente postergadas pero tan crudamente importantísimas.

Existe una feroz guerra mediática en torno a Ayotzinapa, contra las bases de su apoyo, contra la conciencia popular, contra la movilización, cabe preguntarse por qué. El régimen cuenta con todos los instrumentos para saber y temer, por esta razón simplemente fabrica su contraofensiva a través de los factores que lo constituyen, porque apuesta a que no se desborden las fronteras de su sistema de control y las líneas que tiene antepuestas para que el pueblo no tenga en claro un horizonte revolucionario.

Toca la reconstrucción del movimiento en torno a las constantes agresiones y derrotas de acuerdo a las demandantes resistencias frente a las actuales políticas del régimen, adecuando las protestas o formas de lucha a las posibilidades inmediatas que calan en sus aspiraciones, acoplándose al movimiento ya existente a fin de trascenderse en movimiento popular general.

La diversidad de los grupos en lucha es elemento de resolución para afrontar sus responsabilidades sociales vinculadas a la organización de la lucha. Las clases populares que están a la expectativa requieren que su liderazgo natural se encauce hasta fundirse con lo mejor de los procesos organizados preexistentes en un torrente unificador bien preciso sobre sus tareas. En uno y otro caso hay que madurar y desarrollar las posiciones con un sedal sensible a los requerimientos del drama social que se despliega ante nuestros ojos.

Los movimientos en el escenario tienen junto a las revolucionarias y revolucionarios, junto a todas y todos los luchadores sociales, la corresponsabilidad de propagandizar, agitar y organizar tanto como les sea posible las elevadas tareas transformadoras del proceso, sobre todo de unir cada nuevo esfuerzo en una lucha más general que la precedente. No se trata de encarrilar forzadamente nuestros movimientos en alguna “instancia” preexistente o en alguna propuesta sin alcances viables; sino de que juntos asienten las bases del cambio.

Por otra parte se deslizan planteamientos sobre la reforma del Estado, que postulando la crítica a un nivel visible dentro de postulados democráticos abstractos, se asegura que resolvería lo principal dejando en manos de representaciones y operadores de siempre una cuestión que incumbe a las mayorías, conservando los pilares de una maquinaria hecha para quebrantar sus intereses. Respecto de este tema hay más versiones de las que en este espacio podamos describir, por lo que tomamos su síntesis.

Estamos entonces ante una crisis del Estado que afecta a toda la sociedad. Esta crisis afecta las relaciones económicas, de regulación y propiedad que cimentan un Estado corporativo altamente expoliador ajeno a los intereses del pueblo; socava las bases del poder político que terminaron en irreversible descomposición subordinada a pactos de cúpulas; compra-venta de la política amoldada a toda clase de ambiciones; corrupción del sistema de partidos políticos devenido en entreguismos y subordinaciones al gran capital y relaciones de poder; crisis del control sobre la sociedad metamorfoseado en violento despotismo; deformación de las facultades del Estado en sus funciones de control territorial frente a fuerzas que lo penetraron pero que a la vez fracturaron sus funciones; recomposición del narco-estado como eje agravante de la estructura vertical del poder y su ejercicio; crisis del Estado de derecho por cuanto queda al margen la aplicación de sus leyes precedentes reformadas para beneficio del status de un insignificante bloque de capitalistas; derrota del proyecto de Estado clasemediero de bienestar; crisis del viejo nacionalismo ajustándose al mecanismo intervencionista neocolonial del imperialismo; crisis de la democracia burguesa electorero-fraudulenta; crisis del sistema político y social desacreditado, incompetente e incapacitado para la gobernabilidad, sin alternativas políticas internas viables más que para las elites, un sistema manifiesto en su corrimiento al autoritarismo y el fascismo; crisis de las estructuras empresariales incapaces de hacer frente a los problemas de México en su retorno acelerado a una nueva crisis económica, problemas respecto de los cuales son responsables de primera instancia; crisis del problema de la violencia, el narco-estado y los derechos humanos, consecuencia de la construcción-degeneración actual del Estado.

Es la crisis de un Estado monopolista, que como tal no tiene reforma posible, que evidencia que la burguesía espera instaurar una fase de terror institucional ante el resquebrajamiento del régimen, que rechaza la resurrección popular y que asome una crisis política revolucionaria.