El movimiento popular debe imponer un nuevo sistema.
Federico Piña Arce
La detención del expresidente municipal de Iguala en nada cambia el escenario que se estructuró a raíz de la desaparición de 43 compañeros normalistas y el asesinato de dos más. La orden de represión no provino de una persona, un empresario, un narcotraficante o un simple criminal, no, la orden vino de un miembro de uno de los tres órdenes de gobierno que reconoce la Constitución, vino de uno de los aparatos del estado burgués mexicano.
Los aparatos de dominación ideológica de la burguesía monopólica, como siempre, tratan de desviar, de confundir, de engañar, de manipular, intentando personalizar en una persona, ocultando la verdad, la represión y los asesinatos fue una acción del Estado mexicano. Fue una respuesta de Estado al inicio de la insumisión nacional. El gobierno actual, el sistema de partidos, el aparato económico, político y social que se ha estructurado para proteger, garantizar y fomentar la ganancia de los monopolios, ha mostrado su verdadera cara.
Contrario a lo que escriben, pregonan y generan los intelectuales de la burguesía y los medios de comunicación en los que se expresan, el gobierno burgués no está paralizado, ni arrinconado, ni tiene alternativas de solución. Claro que si tiene estrategia, naturalmente que tiene definidos objetivos, acciones y programas. Todos encaminados a mantener, consolidar y fortalecer el poder de los monopolios.
Su estrategia es consolidar su poder sobre la base de desestructurar los movimientos sociales. Sus acciones van encaminadas a desmovilizar, a desarmar a los trabajadores, a los asalariados, a mantenerlos en la sumisión, a través de la enajenación que generan sus medios masivos de comunicación. Pero sobre todo a través de la represión. La desestructuración de los movimientos populares tiene que ver que el desarrollo de la estrategia del llamado “crimen organizado”. Este tiene dos caras, por un lado las bandas del narcotráfico y por otro las guardias rurales, como en el caso de Michoacán.
Ambos convergen hacia la estrategia de desestructurar, desmovilizar y reprimir a la organización popular. Y lo hacen de una manera sencilla, a ojos vista. La tolerancia, que en realidad es fomento, a la creación y desarrollo de las bandas del narcotráfico, le ha permitido una válvula de escape económico. El trasiego de droga, junto con el lavado de dinero, representa el movimiento de cantidades inmensas de dinero que casi siempre terminan en los circuitos financieros de las cadenas imperialistas. Así, el financiamiento a cientos, miles de acciones y programas de desestabilización que los países imperialistas desarrollan en el mundo, tienen como base fondos financieros que no tienen necesidad de comprobar ante sus congresos locales. Esto explica porque los EU armaron a varias, por no decir a todas las bandas mexicanas, sin consecuencias legales para quienes lo hicieron, es decir las agencias norteamericanas (DEA, CIA, etc.).
Por otro lado, al contar con armamento sofisticado, y tener el “permiso” para usarlas, las bandas han incrementado su violencia, como las instituciones “son rebasadas” por esta violencia, se utiliza al ejército. Tener al ejército en las calles es una estrategia de largo plazo de la burguesía monopólica mexicana. Sabedora de que la puesta en práctica de las reformas significaría la oposición de los sectores más golpeados por ellas, básicamente los trabajadores, los asalariados y la clase obrera, han previsto con antelación las movilizaciones populares y se aprestan a la represión a escala. Imponer el camino de las reformas es su imperativo.
Por lo que corresponde al surgimiento de las llamadas “guardias rurales”, en realidad son guardias blancas al servicio de los caciques regionales, estructuradas para reprimir, con el pretexto del combate a la inseguridad, a las organizaciones populares que se enfrentan al poder de éstos. Son la otra punta de la pinza que se cierra para desestructurar las movilizaciones, para infundir temor e inhibir la organización social contra el poder de los monopolios.
La estrategia de ligar a los compañeros de la Normal Rural de Ayotzinapa con una banda criminal de Guerreo corresponde a un capítulo más de la guerra de baja intensidad que la burguesía monopólica ha instaurado a través del Estado contra los sectores populares que se han movilizado. Contra este movimiento han estructurado toda una estrategia para desaparecerlos, tanto física como institucionalmente. Y esta estrategia ha tenido su punto culminante con la represión en Iguala.
Sin embargo, la insumisión se ha instalado como práctica de los explotados, de los asalariados. Esta nueva fase de lucha ha generado impresionantes manifestaciones, que demuestran el hartazgo, la insatisfacción, pero sobre todo la rebeldía y la insumisión de los trabajadores y otros sectores aliados de la clase obrera. Es cierto, en esta etapa no sólo con consignas se logrará la unidad y el enrumbamiento del proceso de estructuración de la lucha anticapitalista, pero son necesarias, porque reflejan las posiciones, la ideología y la organización de quienes las formulan.
Las movilizaciones son un laboratorio de aprendizaje social. La convocatoria, la organización, las consignas, todo es un aprendizaje cotidiano que ayuda a la estructuración de los movimientos, que arma el tejido social hacia el desarrollo de una conciencia masiva de que sí es posible la organización independiente y combativa de los sectores populares.
Pero también la burguesía y sus aparatos aprenden de los aciertos y errores nuestros, vigilan a los líderes tanto los consolidados como los que surgen al fragor de la lucha, observan y siguen a los sectores más rebeldes y combativos, para, cuando llegue el momento dejar caer sobre de ellos toda la represión y a fuerza del Estado. Nosotros tenemos la oportunidad de llevar a la práctica, de poner a prueba las tesis y acuerdos que hemos tomado y que nuestras organizaciones y organismos tengan un contacto que los movimientos de las masas.
La tarea es trabajar en la consolidación de la estructuración del movimiento. Crear organización y partido a partir de las reivindicaciones populares. No podemos quedarnos sólo en las consignas, es decir para nosotros no basta con exigir la renuncia de tal o cual representante de la burguesía, como Peña Nieto, de acuerdo, pero sí no enarbolamos las nuestras a la luz de la teoría que nos nutre, perderemos una gran oportunidad para ayudar a madurar una organización que permita formas de vigilancia y exigencia de resultados, primero, para caminar después hacia experiencias organizadas de poder popular, que se manifestarán en pequeñas decisiones, pero conforme tengamos la capacidad para hacer avanzar la organización hacia consignas proletarias, estas pequeñas decisiones se transformarán en formas de auténtico poder popular.