México: ¿coyuntura o el inicio de un período de lucha popular y de clase?
Federico Piña Arce
Durante los últimos cuarenta años, el México postsesentayocho ha experimentado importantes expresiones de lucha popular, detonadas desde diferentes trincheras. El movimiento estudiantil, postrado y en repliegue durante muchos años demostró en diferentes momentos una vitalidad, una frescura y una rebeldía propias de la juventud que con conciencia de clase lucha por un futuro digno, brillante y sin explotación.
Pero también el movimiento obrero independiente, así como diferentes sectores sociales, han venido expresando coraje, rebeldía, protestando, marchando, manifestándose de diferentes maneras, exacerbando la lucha de clases. En cada momento de levantamiento popular, el Estado mexicano ha respondido o bien reprimiendo o bien realizando algunas concesiones, pero sin sentirse en peligro, ni tampoco acotado o debilitado.
Sin embargo, el momento político, económico social del país tiene características que en otras etapas de la coyuntura política, económica o social no existían. Después de la manifestación del 20 de noviembre, el movimiento que inició pidiendo la aparición con vida de los 43 compañeros de Ayotzinapa, ha rebasado esta demanda, que aún y cuando se mantiene como vértice de lucha, ha incorporado otras que reflejan el hartazgo popular.
¿Cuáles son los elementos nuevos y característicos de esta etapa de lucha popular? El primero es sin duda la profunda crisis política, económica y social que atraviesa el país. Política, por la ilegitimidad y ausencia de representación real de los partidos tradicionales del régimen, asimismo por las traiciones y el oportunismo de la socialdemocracia representada por los partidos que se dicen de izquierda que se han incorporado sin rubor en la defensa del sistema de dominación, y por la virtual desaparición del Estado y sus formas tradicionales de control, así como la incapacidad evidente del gobierno de Peña Nieto para hacer política y conducir el proceso en beneficio, claro, de los monopolios.
Económica, porque a pesar de las promesas de que con las reformas estructurales aprobadas el país entraría casi en el paraíso terrenal, la realidad es que la pobreza, la marginación, la pauperización avanza, afectando a sectores más amplios de la población. La supuesta fortaleza de este gobierno, el programa económico, no ha podido hacer crecer la economía a tasas superiores al 2 por ciento. Es decir, está a la vista la incapacidad manifiesta de conducir el proceso de crecimiento económico en beneficio de las mayorías de mexicanos. Un ingrediente adicional es que desde hace cuando menos dos décadas, los diferentes gobiernos al servicio de la burguesía monopólica financiera han sido incapaces de lograr crecimientos superiores a esta cifra, es decir, 2 por ciento. Ante la posibilidad de que la economía estadounidense, a la que México está ligada en extremo entre en un colapso, la debilidad de la economía mexicana para garantizar crecimiento está en vilo.
Social, porque las reformas sólo han incrementado los niveles de atraso, pobreza y marginación de millones de mexicanos. El proceso de pauperización amenaza con alcanzar a sectores de la población que ya ni siquiera con dobles o hasta triples trabajos les alcanza para satisfacer las mínimas necesidades. La precariedad laboral, manifiesta no sólo en los salarios, sino en general en las condiciones de contratación, coloca a las masas trabajadoras al borde de la miseria y la marginación. Ahora ya no son los pobres de siempre, los indígenas, los campesinos, los grupos de inmigrantes del campo y la ciudad, ahora son sectores de trabajadores y empleados que se colocan en los umbrales de la desesperación.
Si a esta situación le agregamos dos “pequeños ingredientes”, la debilidad del Estado mexicano y la consecuente ocupación de los espacios dejados por este, de auténticos poderes fácticos, entre ellos el poder de la delincuencia organizada, que han sustituido a las instituciones estatales, para convertirse en los verdaderos poderes y que tienen a su servicio instituciones débiles, pero fuerzas represivas dispuestas a servirles. Es decir, la maquinaria represora del Estado puesta al servicio de estos poderes que representan los intereses de los cacicazgos económicos y políticos regionales.
Los sectores explotados, oprimidos y reprimidos por estos poderes, pero que se han mantenido en lucha constante, han encontrado, nuevamente un canal masivo de expresión de sus demandas. El movimiento popular, de los trabajadores del campo y la ciudad, de los estudiantes, de los empleados, de colonos, incluso de pequeños comerciantes, se han apropiado del espacio abierto con la represión en Iguala.
Sectores que se han opuesto a la depredación de sus aguas, tierras y bosques, quienes luchan por la presentación de sus familiares desaparecidos, aquellos que reivindican salarios remunerados, prestaciones sociales y condiciones laborales dignas, también quienes demandan servicios, empleo, condiciones de vida dignas, es decir los sectores puesto al margen del crecimiento de los monopolios, han encontrado un espacio para salir a las calles a manifestar su descontento, a reclamar sus reivindicaciones. Sectores que antaño se mantenía en la sumisión, ahora encuentran un camino, un rumbo hacía la insumisión.
Asistimos entonces a una crisis profunda del sistema de dominación vigente. Una crisis que por el momento no pone en duda su continuidad, pero que de profundizarse nos puede colocar en los albores de un cambio profundo. Una crisis que ha generado espacios para la participación de un amplio abanico de sectores que han mantenido, con altibajos, sin organización, sin articulación entre sí, luchas importantes por reivindicaciones, incluso muchas de ellas con consignas anticapitalistas. Pero también sectores que se mantenían en la sumisión al control de sus líderes pro-capitalistas, con temor a manifestarse, a organizarse a luchar.
Existen lecturas y posiciones de grupos y compañeros que señalan que ante la negociación de los familiares de los compañeros normalistas desaparecidos con el gobierno y ante el llamado de éstos a transitar por el camino de las consignas democráticas, a no violentar las manifestaciones, es el momento de arriar banderas. Hay incluso quienes aseguran (EZLN), que el actual movimiento es una “moda pasajera” y por tanto no importante.
Existen, sin embargo elementos que indican que estamos pasando de una mera coyuntura a un período quizá prolongado de luchas y movilizaciones de sectores que ya han rebasado a las demandas y consignas enarboladas al principio del movimiento. Un elemento central de esto es el de que las últimas movilizaciones han rebasado al frente estrictamente estudiantil, para convertirse en una manifestación auténticamente popular, con consignas y reivindicaciones particulares largamente contenidas y por fin expuestas con rabia y rebeldía.
El detonante, la chispa que encendió la terrible masacre de los compañeros de la Normal Rural de Ayotzinapa, no se ha apagado, por el contrario ha abierto un camino para la lucha social. Este período no puede, no debe ser transitado sólo y principalmente con consignas democráticas y mediatizadoras. Los comunistas tenemos la obligación de trabajar por articular los movimientos, por estructurar y expandir los elementos de poder popular que se están expresando, aun anárquicamente, desordenadamente sin una visión anticapitalista, pero con una fortaleza innegable en diferentes puntos del país.
Dotemos de sentido de clase a las luchas, articulemos las movilizaciones de los sectores y grupos de la clase obrera y de los trabajadores en general que discuten como participar, como organizarse. Radicalicemos que las consignas, las demandas, sin caer en el juego de las provocaciones, dotemos de contenido obrero y popular las próximas movilizaciones, aislemos a quienes pretenden abortar las movilizaciones y el despertar popular. Construir el frente anticapitalista, antimonopólico popular y revolucionario es la tarea de los comunistas mexicanos en la etapa actual.